La primera vez que se percibe Suscepto, no se huele… se siente.
Un golpe repentino de aire frío atraviesa la habitación, acompañado por un destello especiado, afilado, metálico. Es la clase de sensación que hace que alguien mire por encima del hombro sin razón aparente. Las notas de salida no se presentan: irrumpen, como si hubieran cruzado un umbral invisible.

Entonces llega el segundo fenómeno.
Una presión sutil en el ambiente, un silencio demasiado denso para ser normal. En el centro de la fragancia —su corazón— aparecen resinas oscuras y maderas profundas, cargadas de un magnetismo inquietante. Huelen a puertas clausuradas, a pasillos donde la luz nunca llega, a secretos que permanecen enterrados porque nadie se atreve a desenterrarlos.

Y luego, cuando parece que todo vuelve a la calma, algo queda.
Una base ambarada, ahumada, terrosa, como la huella de algo que no viste, pero que definitivamente estuvo ahí. Permanece en la piel como una presencia que se rehúsa a soltarte… un eco que sigue tus pasos incluso cuando abandonas la habitación.

Suscepto no es una fragancia para usar.
Es un suceso.
Un acercamiento inexplicable.
La evidencia sutil de que no estás tan solo como creías.

Un perfume que se manifiesta.
Y que decide quedarse.