Jeffrey comienza como un gesto amable, casi desarmante.
La primera nota es dulce, ligera, familiar… el tipo de aroma que inspira confianza instantánea. Pero hay algo en su frescura que no encaja del todo, un pequeño temblor detrás de la suavidad, como una mirada que dura un segundo más de lo normal.

Luego, el perfume muestra su verdadera naturaleza.
El corazón se vuelve oscuro, espeso, inquietantemente cálido: maderas profundas, especias densas, un acorde casi carnal que se funde con la piel como si quisiera memorizarla. Es el momento exacto en el que la intuición, silenciosa pero firme, empieza a gritar por dentro: algo no está bien.

El fondo deja una estela que se aferra al aire: ámbar oscuro, un humo tenue apenas perceptible y una sombra terrosa que no pertenece a ningún lugar reconocible. Es un aroma que te sigue incluso cuando la persona que lo lleva ya no está a la vista.
No sabes exactamente qué pasó, pero sabes que pasó algo.

Jeffrey es la seducción que se vuelve amenaza,
la sonrisa que oculta un filo,
el perfume de la dualidad más peligrosa:
lo irresistible… y lo irreversible.

Una fragancia que fascina
y, al mismo tiempo,
hace imposible bajar la guardia.