Hay presencias que no piden permiso.
Simplemente entran.
Leonarda es una de ellas.

Todo inicia con un estremecimiento leve, casi imperceptible, como si la habitación soltara un suspiro helado. Las primeras notas caen como una alerta instintiva: un aroma frío, afilado, tenso… el tipo de sensación que hace que alguien mire por encima del hombro aun sabiendo que está completamente solo.

Después, la fragancia abre su verdadero rostro.
El corazón se vuelve denso, cargado, incómodo en la forma más fascinante: maderas oscuras, resinas pesadas, flores que alguna vez fueron hermosas pero ahora guardan un matiz marchito. Todo huele a espacios cerrados por años, a documentos olvidados, a historias que nunca encontraron descanso. Es el punto exacto donde la intuición empieza a susurrar: algo está aquí contigo.

Y cuando el aire parece estabilizarse, llega el fondo.
Un ámbar oscuro y terroso, casi húmedo, envuelve la piel como una sombra que se adhiere sin intención de desprenderse. Es la sensación de ser seguido por unos pasos suaves, perfectamente sincronizados con los tuyos, aunque nadie más esté caminando.

Leonarda no es un perfume; es una presencia.
Una figura silenciosa que se queda en el umbral.
Una mirada invisible que insiste, observa, persiste.

Un aroma creado para quienes tienen el valor
de entrar en una habitación oscura
y reconocer que no siempre están solos.